Nota de prensa I - Mi primer libro

Puedo recordar más claro el tormento que viví al leer mi primer libro que el mismo libro. Era uno cualquiera y a pesar de ser inmenso los cuentos que contenía no eran para nada extensos. Nuestra maestra pidió que lo leyéramos, seguramente pasó por su delirante imaginación que un niño a sus primeros pasos de leer, podría con toda esa cantidad de información y luego exponerla a toda la escuela en tan poco tiempo, así que junto a mi madre destinamos algunos días para prepararlo todo. Al primer día de lectura yo debía conocer el libro, y empezarlo a procesar, recuerdo la portada, un aparente pavo real con enormes plumajes que cubrían la parte inferior y superior de la carilla, quizá comprender ese dibujo a esa edad era lo suficiente como para tener mucho que decir, como para armar un discurso, sus detalles tan minuciosos me llevaban a otra realidad que cuando pude darme cuenta era hora de dormir y preciso al día siguiente debía estar muy temprano en la escuela.
  Muchas veces me suele pasar que el primer día de lectura de un libro es fundamental para terminarlo, si tomo uno y acabo de recibir buenísimas noticias cada vez que lo vuelva a tomar tendré una sonrisa y así de fácil podré leer el primer párrafo, luego el segundo y así hasta terminar el primer capítulo sin darme cuenta. Pero nada de esto sucedió en aquel entonces. Pasó igual cada día, siempre en la misma distracción, la portada, las ilustraciones del índice, hasta el dibujo a blanco y negro del primer capítulo, y además era obvio que mi lectura no iba a ser tan rápida como para terminar el trabajo hecho tal y como la profesora lo había pedido en tan poco tiempo.


   Pasaron extensos días de lectura continúa, por fortuna mi madre estuvo conmigo todo el tiempo, me ayudó a comprenderlo más y a rescatar el cariño por los libros. Finalmente llegó el día de la exposición, mi imaginación de niño me permitía verlo como un juicio final, el verdugo le cortará la cabeza al guardia del palacio del rey que se ha quedado dormido y no ha cumplido su trabajó como debió hacerlo. La rectora, una señora de baja estatura, de cabello blanco y de carácter militar estaba llamando a uno por uno en orden alfabético, el sólo hecho de que ella nos estuviera llamando era suficiente para tener tanto pánico y querer desistir. Era el turno de un compañero, se puso de pie, tomó la batuta y señaló el pizarrón; la escuela entera ocupaba todo el patio, los alumnos más burlones esperaban cualquier oportunidad para reírse del que estaba en frente y los alumnos más serios esperaban cualquier oportunidad para decir que lo hizo mal. Mi amigo no pudo contener su miedo y tan sólo bastaba girar la cabeza hacia de derecha y allí estaba la rectora mirando fijamente qué errores tenía para criticarlo en un primer instante, estar bajo toda esta presión lo hizo esconderse detrás de las escaleras y llorar.
  Tal vez al crecer nos damos cuenta que no se debe culpar a los libros por estas malas experiencias, pero muchas veces, no crecemos y nuestra niñez vive aún bajo el carácter que nos defiende de la vida diaria, la que nos hace seguir viendo el mundo así, como el juicio final, el verdugo, el pavo real, y son estas tareas las que nos obliga a ignorar cosas que pueden llegar a ser también importantes como el análisis del mismo cuento. Espero que cuando tenga la oportunidad de enseñarle esto a alguien, no ser el culpable de las malas calificaciones.
Andres Camilo